Pedro nació en una caverna, sus padres lo tuvieron como pudieron –ya que nadie les había enseñado cómo hacerlo– en medio de la semi oscuridad y el frío.
Un día, un accidente fortuito hizo que su padre encontrara una forma de producir calor para las frías noches, y a su descubrimiento le llamó fuego. Resultó pues, que este fuego pronto sirvió para otras cosas, como por ejemplo, darle más sabor a la comida, o iluminar las largas noches dentro de la caverna. Mientras tanto, Pedro crecía aprendiendo de sus padres todo lo que podía, y lo hizo muy bien. Una vez adulto, Pedro logró desarrollar sus habilidades manuales y mentales, hasta el punto de crear utensilios que hicieron su vida más fácil, al tiempo que lograba comunicarse con sus iguales mediante un método que más adelante llamaría lenguaje.
Pedro creció, conoció una compañera, se apareó y tuvo hijos; éstos siguieron los pasos de su padre, y crearon todo aquello que les fue posible, inclusive, un día fueron capaces de enterrar una semilla en la tierra y regarla con agua del río, teniendo la certeza de que al tiempo, ésta crecería brindándoles un fruto que podrían cocinar utilizando el invento de su abuelo. ¡Qué bien progresaban los hombres!
Uno de los hijos de Pedro era muy inteligente, y pronto se dio cuenta de que al otro lado del río, no tenían los mismos frutos que tenían ellos, pero sí tenían otros que, hasta ahora, ni él ni sus hermanos habían logrado cultivar. Entonces, tomo su balsa –que tiempo antes había inventado otro de los hijos de Pedro, muy dado a las manualidades y a los inventos– y cruzó el río llevando consigo una cantidad de sus frutos que no necesitaban. Habiendo llegado, intercambió ideas con el jefe de la tribu vecina –así se habían bautizado a sí mismos: “tribus”– llegando pronto a un acuerdo con éste, y volviéndose luego, muy feliz para su tierra con una buena cantidad de frutos, obtenidos mediante lo que gustó en llamar “intercambio”.
Pedro estaba orgulloso de sus hijos, y no crean que ya estaba retirado, no. Viendo el éxito de las gestiones de su hijo al negociar con sus vecinos, decidió que era tiempo de organizar la tribu de forma tal que pudiera expandirse más allá de sus tierras. En esos momentos, bajo la sombra de algún árbol propio del lugar, Pedro cerró sus ojos e imaginó lo que luego se transformó en realidad.
Colocó a sus hijos al frente de distintas actividades, por supuesto, todas ellas elegidas de acuerdo a sus habilidades, y así fue que el hábil constructor quedó al frente de la construcción de una flota completa de barcos, que una vez construidos, estuvieron al mando del hijo embajador, su hija mayor pasó a llamarse granjera, pues obviamente estaba al frente de la producción agrícola, otro de sus hijos se encargó de administrar todo aquello que el hijo embajador traía a su patria desde otras tierras, etc., etc.
Y fue así que la patria de Pedro fue transformándose en una gran nación, no solo respetada en todas partes, sino también temida; porque su hijo mayor, que no solo era grande en edad sino también en fuerza física, logró crear un ejército tan grande y fuerte, que todos aquellos que debían enfrentarlo preferían rendirse ante sus pies.
Al ver la fuerza y el respeto que inspiraba el ejército del primogénito, el hijo embajador decidió aprovecharse de la situación y utilizar la fuerza del ejército, con el fin de conseguir todos aquellos productos y riquezas que algunas tierras se habían negado a comerciarle. Fue así entonces, que el hijo constructor desarrolló un nuevo tipo de barcos en los que los fieros guerreros del primogénito fueran invencibles también por mar.
El tiempo pasó, las generaciones herederas del imperio de Pedro continuaron aprendiendo muy rápido, y así, fueron creando otras formas de negocios, otras construcciones, otros ejércitos; cada vez más eficaces, cada vez más terribles, cada vez más grandes.
Los descendientes de Pedro eran conscientes de su capacidad, tanto así, que en el fondo hasta se creían indestructibles. Y fue esta actitud la que les permitió descubrir nuevas fuentes de energía por ejemplo, que no solo hacían su vida más fácil, sino que también representaban grandes ganancias para sus familias, y emprendieron su desarrollo con todas sus fuerzas y con toda su capacidad, sin importarles las consecuencias futuras de sus descubrimientos. Así y todo, fue un verdadero éxito. El planeta entero se movía con esta energía, y la gran familia de Pedro era realmente feliz. ¡Qué linda es la vida en este planeta!, decían.
Algunos herederos de Pedro realmente llegaron a destacarse, a tal punto de que muchos de ellos pudieron viajar a la luna; esa bola brillante que aparecía en algunas noches, y que Pedro nunca supo cómo llamar. Otros, crearon máquinas que comunicaban a unos y otros a través del planeta; los hubo también médicos, ingenieros, escritores, cineastas, científicos, deportistas; todos ellos muy capaces, muy inteligentes y muy creativos. Seguramente Pedro estaría orgulloso de su descendencia y donde quiera que estuviese, seguro estaría sonriendo al verles tan capaces.
El tiempo continuó transcurriendo y algunas cosas comenzaron a no ser tan gratas; surgieron enfermedades que los brillantes herederos médicos no supieron cómo curar, empezaron a haber desastres ecológicos y a raíz de estos, terribles alteraciones meteorológicas que los herederos meteorólogos no supieron cómo predecir, ni los herederos gobernantes supieron cómo solucionar. Y ante la ola de cosas desagradables, algunos de los herederos, que eran bien conscientes de sus actos, no tuvieron mejor idea que solicitarle a sus familiares constructores que les crearan vehículos blindados para trasladarse, mientras contrataban a otros herederos encargados de la seguridad para que los protegieran.
La cara de Pedro, donde quiera que éste estuviese, ya no era tan alegre, al final resultaba ser que algunos de sus descendientes no eran tan buenos, ni la vida en el planeta tan placentera y feliz como parecía, al menos para la mayoría. Entonces, decidió investigar a fondo para evaluar la situación actual del planeta, y poder saber de primera mano qué tal se había portado su descendencia en su ausencia. Y fue así que Pedro, a su manera, emprendió un viaje a lo largo del planeta para ver todo aquello que su gran familia había creado.
Al final del viaje se veía demacrado, sus conclusiones eran peores de lo que esperaba. No todos sus descendientes eran malos, ni malintencionados; pero lamentablemente éstos, que eran la gran mayoría, estaban dominados por los otros, no tan buenos, que siendo una pequeña minoría, se las habían arreglado para someter a sus “iguales”, condenándolos a la pobreza, al hambre, a la falta de educación y de posibilidades, y lo que es peor, a las enfermedades provocadas por sus excelentes “negocios”.
No caben dudas de que Pedro jamás hubiese imaginado un destino así para su gran familia; no fue ese el sueño que una vez tuvo bajo la sombra de aquel árbol en su tierra. Y pensó: ¿cuánto dolor hay en el planeta? ¿Cuánto sufrimiento?
Reflexionando acerca del paso del tiempo y del camino que siguió su descendencia, Pedro se preguntaba ¿por qué había ocurrido todo esto?, ¿en qué momento se había producido aquello que disparara la conciencia del hombre para llevarlo a semejante destino?
Fue así que recordó una imagen que tenía guardada en lo más profundo de su memoria. Estaba sentado contra la pared de la caverna en la que vivía con sus padres, observando cómo su padre golpeaba dos piedras una contra otra, cuando un destello de luz –al que luego llamó “chispa”– encendió unas hojas secas que estaban debajo, produciendo aquel milagro luminoso que su padre llamó fuego y que a la postre fue el verdadero disparador de toda la evolución del hombre. Recordar esto, hizo que Pedro volviera a revivir las imágenes producidas por su reciente viaje, al mismo tiempo que en el fondo de su pensamiento se repetía, una y otra vez, la misma pregunta: ¿Realmente hemos evolucionado?
Un día, un accidente fortuito hizo que su padre encontrara una forma de producir calor para las frías noches, y a su descubrimiento le llamó fuego. Resultó pues, que este fuego pronto sirvió para otras cosas, como por ejemplo, darle más sabor a la comida, o iluminar las largas noches dentro de la caverna. Mientras tanto, Pedro crecía aprendiendo de sus padres todo lo que podía, y lo hizo muy bien. Una vez adulto, Pedro logró desarrollar sus habilidades manuales y mentales, hasta el punto de crear utensilios que hicieron su vida más fácil, al tiempo que lograba comunicarse con sus iguales mediante un método que más adelante llamaría lenguaje.
Pedro creció, conoció una compañera, se apareó y tuvo hijos; éstos siguieron los pasos de su padre, y crearon todo aquello que les fue posible, inclusive, un día fueron capaces de enterrar una semilla en la tierra y regarla con agua del río, teniendo la certeza de que al tiempo, ésta crecería brindándoles un fruto que podrían cocinar utilizando el invento de su abuelo. ¡Qué bien progresaban los hombres!
Uno de los hijos de Pedro era muy inteligente, y pronto se dio cuenta de que al otro lado del río, no tenían los mismos frutos que tenían ellos, pero sí tenían otros que, hasta ahora, ni él ni sus hermanos habían logrado cultivar. Entonces, tomo su balsa –que tiempo antes había inventado otro de los hijos de Pedro, muy dado a las manualidades y a los inventos– y cruzó el río llevando consigo una cantidad de sus frutos que no necesitaban. Habiendo llegado, intercambió ideas con el jefe de la tribu vecina –así se habían bautizado a sí mismos: “tribus”– llegando pronto a un acuerdo con éste, y volviéndose luego, muy feliz para su tierra con una buena cantidad de frutos, obtenidos mediante lo que gustó en llamar “intercambio”.
Pedro estaba orgulloso de sus hijos, y no crean que ya estaba retirado, no. Viendo el éxito de las gestiones de su hijo al negociar con sus vecinos, decidió que era tiempo de organizar la tribu de forma tal que pudiera expandirse más allá de sus tierras. En esos momentos, bajo la sombra de algún árbol propio del lugar, Pedro cerró sus ojos e imaginó lo que luego se transformó en realidad.
Colocó a sus hijos al frente de distintas actividades, por supuesto, todas ellas elegidas de acuerdo a sus habilidades, y así fue que el hábil constructor quedó al frente de la construcción de una flota completa de barcos, que una vez construidos, estuvieron al mando del hijo embajador, su hija mayor pasó a llamarse granjera, pues obviamente estaba al frente de la producción agrícola, otro de sus hijos se encargó de administrar todo aquello que el hijo embajador traía a su patria desde otras tierras, etc., etc.
Y fue así que la patria de Pedro fue transformándose en una gran nación, no solo respetada en todas partes, sino también temida; porque su hijo mayor, que no solo era grande en edad sino también en fuerza física, logró crear un ejército tan grande y fuerte, que todos aquellos que debían enfrentarlo preferían rendirse ante sus pies.
Al ver la fuerza y el respeto que inspiraba el ejército del primogénito, el hijo embajador decidió aprovecharse de la situación y utilizar la fuerza del ejército, con el fin de conseguir todos aquellos productos y riquezas que algunas tierras se habían negado a comerciarle. Fue así entonces, que el hijo constructor desarrolló un nuevo tipo de barcos en los que los fieros guerreros del primogénito fueran invencibles también por mar.
El tiempo pasó, las generaciones herederas del imperio de Pedro continuaron aprendiendo muy rápido, y así, fueron creando otras formas de negocios, otras construcciones, otros ejércitos; cada vez más eficaces, cada vez más terribles, cada vez más grandes.
Los descendientes de Pedro eran conscientes de su capacidad, tanto así, que en el fondo hasta se creían indestructibles. Y fue esta actitud la que les permitió descubrir nuevas fuentes de energía por ejemplo, que no solo hacían su vida más fácil, sino que también representaban grandes ganancias para sus familias, y emprendieron su desarrollo con todas sus fuerzas y con toda su capacidad, sin importarles las consecuencias futuras de sus descubrimientos. Así y todo, fue un verdadero éxito. El planeta entero se movía con esta energía, y la gran familia de Pedro era realmente feliz. ¡Qué linda es la vida en este planeta!, decían.
Algunos herederos de Pedro realmente llegaron a destacarse, a tal punto de que muchos de ellos pudieron viajar a la luna; esa bola brillante que aparecía en algunas noches, y que Pedro nunca supo cómo llamar. Otros, crearon máquinas que comunicaban a unos y otros a través del planeta; los hubo también médicos, ingenieros, escritores, cineastas, científicos, deportistas; todos ellos muy capaces, muy inteligentes y muy creativos. Seguramente Pedro estaría orgulloso de su descendencia y donde quiera que estuviese, seguro estaría sonriendo al verles tan capaces.
El tiempo continuó transcurriendo y algunas cosas comenzaron a no ser tan gratas; surgieron enfermedades que los brillantes herederos médicos no supieron cómo curar, empezaron a haber desastres ecológicos y a raíz de estos, terribles alteraciones meteorológicas que los herederos meteorólogos no supieron cómo predecir, ni los herederos gobernantes supieron cómo solucionar. Y ante la ola de cosas desagradables, algunos de los herederos, que eran bien conscientes de sus actos, no tuvieron mejor idea que solicitarle a sus familiares constructores que les crearan vehículos blindados para trasladarse, mientras contrataban a otros herederos encargados de la seguridad para que los protegieran.
La cara de Pedro, donde quiera que éste estuviese, ya no era tan alegre, al final resultaba ser que algunos de sus descendientes no eran tan buenos, ni la vida en el planeta tan placentera y feliz como parecía, al menos para la mayoría. Entonces, decidió investigar a fondo para evaluar la situación actual del planeta, y poder saber de primera mano qué tal se había portado su descendencia en su ausencia. Y fue así que Pedro, a su manera, emprendió un viaje a lo largo del planeta para ver todo aquello que su gran familia había creado.
Al final del viaje se veía demacrado, sus conclusiones eran peores de lo que esperaba. No todos sus descendientes eran malos, ni malintencionados; pero lamentablemente éstos, que eran la gran mayoría, estaban dominados por los otros, no tan buenos, que siendo una pequeña minoría, se las habían arreglado para someter a sus “iguales”, condenándolos a la pobreza, al hambre, a la falta de educación y de posibilidades, y lo que es peor, a las enfermedades provocadas por sus excelentes “negocios”.
No caben dudas de que Pedro jamás hubiese imaginado un destino así para su gran familia; no fue ese el sueño que una vez tuvo bajo la sombra de aquel árbol en su tierra. Y pensó: ¿cuánto dolor hay en el planeta? ¿Cuánto sufrimiento?
Reflexionando acerca del paso del tiempo y del camino que siguió su descendencia, Pedro se preguntaba ¿por qué había ocurrido todo esto?, ¿en qué momento se había producido aquello que disparara la conciencia del hombre para llevarlo a semejante destino?
Fue así que recordó una imagen que tenía guardada en lo más profundo de su memoria. Estaba sentado contra la pared de la caverna en la que vivía con sus padres, observando cómo su padre golpeaba dos piedras una contra otra, cuando un destello de luz –al que luego llamó “chispa”– encendió unas hojas secas que estaban debajo, produciendo aquel milagro luminoso que su padre llamó fuego y que a la postre fue el verdadero disparador de toda la evolución del hombre. Recordar esto, hizo que Pedro volviera a revivir las imágenes producidas por su reciente viaje, al mismo tiempo que en el fondo de su pensamiento se repetía, una y otra vez, la misma pregunta: ¿Realmente hemos evolucionado?