lunes, 23 de febrero de 2009

El viejo

Las olas del mar llegan mansas a morir junto a la arena, y yo sigo sentado frente al ventanal de mi living, sólo, como estoy desde hace tres años cuando se me fue Rosita, la única amiga que tuve.

Hoy siento que es distinto. Esas olas no vienen solas, cargan sobre sus crestas el baúl de recuerdos que en estos años me he negado a reabrir. Pero son tercas, y al llegar a la orilla se empeñan por dejármelo, tendido y abierto sobre la arena dorada.

Juan Carlos, como siempre tú saltas primero, nunca perdiste esa costumbre. Recuerdo nuestras eternas tardes de pesca y compañerismo, nos reíamos tanto; tanto, que siempre sospeché que tus grotescas carcajadas eran las causantes de que fuésemos tan malos pescadores. ¿Cuántos atardeceres como éste vimos mientras destapabas aquellas cervezas holandesas que tanto te gustaban?, y que yo tomaba sonriendo para disimular que era su sabor rancio y agrio el que me acalambraba la mandíbula. Pero eras feliz con ese ritual, y yo también lo era, porque éramos amigos.

Y te me fuiste Juan Carlos, igual que Pedro, que Martín, que Roberto. Igual que Rosa.

Sabes, si pudiera hacer que nos juntásemos una vez más, todos, todos juntos, te pediría que destapases otra de tus cervezas, pero esta vez te juro que no sonreiría por su acidez, lo haría de alegría, por la alegría de volver a verlos.

Siento que hace ya mucho que me dejaron solo, que quizás hasta ustedes me estén extrañando. Estas olas que hoy los traen de vuelta a mi memoria, ya no me resultan tan atractivas, ni entretenidas. Y este sol que ahora se pone en el horizonte tiñendo todo de anaranjado, es el mismo sol que días tras día veo alejarse mientras me hundo en la maldita soledad de la noche.

Rosa. El brillo ocre de la arena, me devuelve tu cara bronceada, con ese bronceado que tenías cada verano, que hacía que te amase, cada día con más deseo. No podía percibir el paso de los años por tu rostro, ese brillo especial de tus ojos nunca me lo permitió. Y fue así que no pude prepararme para tu partida, estuve siempre ocupado, amándote.

Cuánta falta me hacen nuestras charlas al atardecer, mientras contemplábamos agarrados de la mano, estas mismas olas que hoy, te ponen frente a los ojos de mi memoria. Cuánta falta me hacen tus consejos, esos que con tanta sabiduría dejabas escapar de tus labios en los momentos indicados. Cuánta falta me haces.

No tuvimos hijos, nunca nos pareció necesario. Nos teníamos el uno al otro. No teníamos tiempo para criarlos, al menos eso pensábamos entonces. Pero hoy me doy cuenta que quizás nos equivocamos. Hoy, que estoy solo, sentado frente al mar, pienso que de haberlos tenido, podría estar viendo en sus ojos, el reflejo de los tuyos. Y aunque fuera en silencio, y sin que nadie lo notara, sentiría tu presencia mucho más cerca.

Está frío amor, y eso que las ventanas están cerradas. Ya casi no veo la arena, oscurece rápido hoy. No me gusta la noche. No desde que te fuiste. Ya no es la misma caja de pasiones donde nos encerrábamos a jugar. Ahora es una caja helada y oscura, donde los duendes negros juegan con mis miedos y debilidades. La noche me roba los recuerdos, la veo llevándoselos de la playa.

Maldita!! Sé que vendrás más tarde a burlarte de mi soledad. Pero esta vez será diferente, te derrotaré blandiendo mi sonrisa ante tu sorpresa. Hoy cuando vuelvas ante mí, me encontrarás sonriendo. Pero no te alegres eh, porque no será para ti que sonreiré, no señora; lo haré porque mi amigo Juan Carlos, habrá destapado una de sus cervezas para darme la bienvenida. Sonreiré por encontrarme de nuevo y para siempre con ella, con ellos, por llegar al momento que tanto he esperado desde sus partidas.

Un rato después, las olas empezaron a golpear la playa con más fuerza esparciendo su bruma por toda la costa. Y así, envuelta en ese transparente y húmedo vestido la noche vino a la cita. Frente al ventanal, el viejo sonreía sumergido en un frío letal, mientras que a lo lejos las olas entonaban un canto alegre, como si en algún lugar muy lejano alguien estuviese de fiesta, y sus carcajadas se hicieran eco en el mar.

lunes, 16 de febrero de 2009

La Batalla

Esta es nuestra oportunidad, pensé. La batalla se viene desarrollando desde hace ya varias horas. Mis hombres esperan que me comporte como un verdadero rey, y voy a demostrárselos.

Su táctica es la misma, puedo percibirlo. Deberíamos lanzar nuestro flanco izquierdo al ataque.

–¡Todos los soldados del flanco, avancen!, ¡Detrás, los lanceros a pie!.

Al poco tiempo, pude ver a lo lejos el hueco causado por mis hombres en el enemigo. Ya podía vislumbrar la victoria. Pero debo prestarle mucha atención, otras veces me ha engañado. No es de fiar, las batallas ya son muchas y ambos nos conocemos.

Me extraña su pasividad ante nuestro ataque. Pero no logro ver entre sus tropas, movimientos que denoten alguna estratagema de contragolpe.

Nuestros soldados están abriendo su primera línea. Ahora, nuestros lanceros causarán el caos entre sus filas.

Estoy disfrutándolo. Es el momento de mandar a la carga la caballería. Venguemos esta vez las derrotas anteriores, juguemos todo lo que tenemos.

–¡Adelante lanceros del flanco derecho, ataquen por la izquierda. Únanse a sus compañeros, y a la carga!. ¡Adelante toda la caballería, la victoria es nuestra!.

Está escrito en el libro de los dioses, ese negro va a pagar caras todas sus afrentas.

Pasamos al ataque con todo lo que teníamos. Utilizamos toda nuestra fuerza, y poco a poco el enemigo fue cediendo terreno. Que dulce el sabor de la victoria. Cuánto deseaba ser quién clavase el puñal en el corazón de mi peor enemigo.

Nacimos juntos, mas no somos hermanos. Lo odio. Siempre se ha sentido superior a mí, a pesar de ser iguales. Pero este es mi momento, y no dejaré que pase. No seré yo quien clave ese puñal, es más, no me importa. Ver el desconcierto que causa mi caballería en su ejército me colma más que tres bellas doncellas en una noche de pasión.

Miré a mi costado y allí estabas, majestuosa, mi reina amada. Siempre me has acompañado en el campo de batalla, no le temes, y más de una vez, tus encantos han decidido una batalla. Esta vez mi amor, no necesitaré que te aventures en filas enemigas para atacar el punto débil de los hombres. Esta vez disfrutaremos juntos la victoria, uno junto al otro veremos caer a nuestro enemigo. No será la última batalla juntos amor, lo sé. Pero te juro que será muy recordada.

En el frente de batalla se mezclaban con furor los choques del acero, los gritos de los soldados y los alaridos de muerte.

De pronto, un destello de luz pasó frente a mis ojos. Una lanza era arrojada a la distancia, e iba a parar justo al centro de tu corazón. Mi amada reina.

Tan solo pude dedicarte una última mirada. Y mi último pensamiento fue para darme cuenta del error que habíamos cometido, lanzando a todo nuestro ejército al ataque. Descuidamos el flanco derecho y nuestra torre quedó indefensa, ya no había retorno. Fuimos engañados otra vez.

La flecha del caballero clavada en el medio de mi pecho marcaba la derrota, el fin. Fuimos soberbios, confiados y no prestamos atención a todos los detalles. Nos dejamos llevar por el embriagador néctar del triunfo, y no fuimos capaces de ver, en nuestras habilidades, nuestros propios defectos.

Te dedico mi reina, mi última mirada. Fuimos derrotados una vez más; pero te juro, no será la última. Tendremos nuestra revancha.

Comencé a sentir de nuevo ese frío, lo odiaba. Odiaba no poder sentir sus manos tibias sobre mi piel de marfil. Odiaba esa caja donde nos guardaban apilados como si no tuviéramos ningún valor. Acaso, ¿no se da cuenta de que soy un Rey, un verdadero Rey?

Como siempre, no hubo respuesta, volvimos todos a la caja.

Esta vez estarás a mi lado amor, que suerte. Quizás en tu compañía el tiempo pase más rápido.

No tuve tiempo para más nada. Otra vez nos rodeaba la oscuridad.

A esperar. Esa es mi existencia. Pero como siempre, me dedicaré a soñar. Soñaré con campos de batalla donde mis hombres den la vida, soñaré con estrategias, con victorias. Y tú, mi amada Reina, estarás a mi lado.

Toma mi mano amor, y esperemos juntos la próxima partida.

miércoles, 11 de febrero de 2009

Bienvenidos

Para darles la bienvenida a todos aquellos que se acerquen a este blog, quisiera regalarles un par de recomendaciones literarias que no tienen desperdicio.
El hábito o el deseo de escribir, surge y es promovido generalmente por el de la lectura. Y a todos aquellos que disfrutamos cada encuentro con los libros, siempre nos viene bien ese datito certero que nos permita descubrir la pluma de algún escritor que no teníamos en nuestro registro.
Quizás muchos de ustedes ya lo conozcan (ojalá), pero seguramente otros todavía no han tenido la suerte de toparse con estos dos libros que les voy a recomendar. El escritor se llama Carlos Ruiz Zafón y los títulos en cuestión: "La sombra del viento" y "El juego del ángel".
La prosa de este español es exquisita, maneja el vocabulario como pocos y sus historias se van tejiendo de manera que el lector no pueda deducir cuál será el siguiente paso, que por cierto, termina siendo siempre inesperado.
Disfrútenlos y espero que al igual que yo, sientan que entregan esas horas al placer de leer y nunca a una pérdida de tiempo, se los aseguro.
En adelante, escribiré las historias que surjan de la inspiración, pero me parecía oportuno inaugurar este blog de letras con una recomendación que hiciera honor al buen arte de escribir.
Salud y bienvenidos a estas Letras Fernandinas!