La luna llena brillaba esa noche
al tiempo que ella adornaba su escote,
por la ventana la brisa del bosque
llegaba fresca a llenar sus pulmones.
De pronto, un hálito negro tornóse
en cruel presagio de mil maldiciones,
sintió en el cuerpo y el pecho ese goce
inexplicable, sutil, monocorde.
El cuerpo vírgen vibrando volvióse
para entregarse a los brazos del Conde
quien aferró su cintura de bronce
sintiendo así sus sutiles temblores.
Se acrecentó la figura del hombre,
como una sombra alargada en la noche.
Paseó la mano a través de su escote,
palpó su cuello lleno de emociones.
Vibraba allí la sangre a borbotones,
dobló su cuerpo sediento de goce
hacia la joven brindada a sus dones,
para entregarse a un beber uniforme.
Sus dos caninos inician el corte
la sed se calma en el pecho del Conde
sus ojos brillan mirando a la pobre
que se debate entre mil estertores.
Un haz de luna penetra por sobre
la bella joven que mirando al hombre
lo ve partir en medio de la noche,
envuelto en alas, sin saber adónde.
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