lunes, 24 de mayo de 2010

Drácula

La luna llena brillaba esa noche

al tiempo que ella adornaba su escote,

por la ventana la brisa del bosque

llegaba fresca a llenar sus pulmones.


De pronto, un hálito negro tornóse

en cruel presagio de mil maldiciones,

sintió en el cuerpo y el pecho ese goce

inexplicable, sutil, monocorde.


El cuerpo vírgen vibrando volvióse

para entregarse a los brazos del Conde

quien aferró su cintura de bronce

sintiendo así sus sutiles temblores.


Se acrecentó la figura del hombre,

como una sombra alargada en la noche.

Paseó la mano a través de su escote,

palpó su cuello lleno de emociones.


Vibraba allí la sangre a borbotones,

dobló su cuerpo sediento de goce

hacia la joven brindada a sus dones,

para entregarse a un beber uniforme.


Sus dos caninos inician el corte

la sed se calma en el pecho del Conde

sus ojos brillan mirando a la pobre

que se debate entre mil estertores.


Un haz de luna penetra por sobre

la bella joven que mirando al hombre

lo ve partir en medio de la noche,

envuelto en alas, sin saber adónde.

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