viernes, 23 de julio de 2010

Guaroj de Lunes a las 7

Está frío el salón de los talleres

aunque no es siempre así durante el año

llueven versos y rimas por las noches

y el profe siempre tiene su cigarro.

La rima que nos juega a la escondida

se disfraza y se muestra en el engaño

pero el viento la descubre divertida

y ella asiente, porque sólo está jugando.

Está frío el salón de los talleres

y el profe siempre tiene su cigarro.


El germen de una historia va surgiendo

la anécdota de a poco decantando

de a uno van llegando personajes

ya es tiempo de encender otro cigarro.

De tropos y figuras literarias

el aire del taller se va llenando,

las vanguardias desfilan una a una

colmando así el profuso itinerario.

El germen de una historia va surgiendo

ya es tiempo de encender otro cigarro.


La hipérbole le agrega el condimento

la lítote le niega lo contrario

la anáfora repite con ahínco

la sinestesia une dos extraños.

La antítesis se opone al argumento

el hipérbaton va orden cambiando

la metonimia todo por la parte

la paradoja vive combinando.

La hipérbole le agrega el condimento

La sinestesia une dos extraños.


De todos la metáfora es la reina

su magia otros mundos va creando

y que al crear su magia no te falte

pues sin ella, no hay arte en el trabajo.

Observando el entorno nos regala

imágenes y formas a destajo

personas que entretejen argumentos

ideas que se va entrelazando.

De todos la metáfora es la reina

pues sin ella, no hay arte en el trabajo.


lunes, 19 de julio de 2010

Una sopa estridentemente dadaísta

Esa noche estaba con las glándulas procreadoras henchidas de impotente escucha, la vejerreta refúndula de mi suegra llevaba dos semanas quedándose en casa, no daba más, así que agarré la olla más rejundiosa que tenía y la llené hasta la mitad de agua. Junté dos carpéndolas que estaban sobre la mesa y con la cuchilla les corté la cabeza de un saque, me chupé todo el jugo verdoso que les salía por la cavidad expuesta tras el corte, tenía un gusto deliciosamente repergente. Con el mango de la cuchilla reventé las cabezas contra la mesada y así, chorreantes, las zampé de una en el agua que empezaba a calentarse. De la heladera saqué tres cotorjas y una merlupa, piqué las cotorjas con rabia mechumbrosa visualizando la petreña caripela de la vejerreta y luego de hundirlas en el amarillento líquido de la olla, rebané hasta la cortija a la pobre merlupa, que parecía mirarme con ese único ojito lagañoso que le sobresalía en la punta. En otro momento me hubiese dado lástima la pobre, pero esa noche juro que la trocé con placer.


De la olla emanaba ya un fuerte olor carrajoso, una buena señal, aquella sopa mataría de un plumazo la irritación visual y auditiva que llevaba incrustada en el cráneo.


¡Pérjolas dirifundas! A la sopa le faltaban fideos y no tenía, así que manoteé unos piterjos peludos que tenía en una bolsa adentro de un cajón, estaban medio babosos pero les pegué una buena enjuagada y con los dientes les arranqué la mayor cantidad de pelos que pude, era medio jodido porque tenía que escupir cada tanto para no tragármelos, los metí en la sopa y revolví un poco para que se mezclaran bien con el viscoso brebaje.


Me la serví en un plato hondo con una copa de tinto peterche cosecha tardía, me senté sólo en la mesa de la cocina y disfruté de un momento de paz alejado de la pernuta madre de mi consorte. La sopa estaba potable, lástima que cada tanto algún pelo de piterjo me arrancaba una arcada, pero nada comparable con la cara sonriente de la vejerreta.

El chisme y su progenitor

Esa lengua pestilente

solo hiel va destilando

encaramada en un pollo

proyectil de escupitajo.


Su talento es la diarrea

de enjundias que por lo bajo

enchastran todo en la vuelta

buscando encontrar un blanco.


A quien agarra dormido

le deja ardiendo hasta el tajo,

las orejas coloradas

y el orgullo hecho pedazos.


Generalmente no mide

consecuencias por sus actos,

es como sopa de tripas,

es como esfínter fallado.


Como pizarrón y uña

que se enfrentan rechinando

es como espina en el ojo

doloroso como parto.


Sólo esconde el que lo engendra

inmundicia en su pecado,

víbora de cuatro lenguas,

sucio como rata e caño.